La infancia se acaba cuando eres consciente de que la existencia es una cárcel, donde el sufrimiento, la tortura y el desengaño tienen una mayor presencia que el placer, el alivio y la esperanza. Tal vez debemos sentirnos a disgusto la mayor parte del tiempo para apreciar esa pequeña parte agradable que también hemos vivido, pero resulta desesperante que tenga que ser así.
En un gran número de ocasiones, el dolor podría evitarse de no ser por nuestra constante búsqueda egoísta de gozo y autocomplacencia. Tal vez si lográramos detenernos unos segundos y racionalizar lo que hacemos, no nos cegarían las ganas de aparentar ser más de lo que somos y nos concentraríamos simplemente en ser realmente mas.
Somos una especie que intenta aplicar el mínimo esfuerzo a todo lo que hace, la salida fácil suele ser la primera opción… ¿para qué esmerarse en ser realmente mejores cuando podemos promover una mentira donde sólo parezca que lo somos?
La envidia es el cáncer del alma, y parece preferible querer apropiarse de lo de los demás y forzarnos a destruir al semejante que aprender de lo que admiramos de él. Y es una postura realmente cobarde, pero da la casualidad que la cobardía abunda en nosotros tanto como la codicia.
La supremacía se ha de basar en crecer uno mismo, no en empequeñecer al resto, porque las mentiras acaban saliendo a flote, porque lo que no es no puede mantenerse nunca.
La naturaleza de nuestros actos, aunque se trate de maquillar, siempre acaba revelándose. Si no luchas por ser mejor se acabará sabiendo, y no habrá nadie que no acabe siendo consciente de ello. La verdad se abre paso siempre, aunque sea lenta y silenciosamente, y cuanto mas grande sea la mentira menos barreras encontrará.
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