Otro monótono y vertiginoso día llegaba a su fin en la Tierra. La
luz en las ciudades iba volviéndose mas tenue, consecuencia del
cíclico exilio al que la Noche somete al Sol. Sus habitantes,
ensimismados en sus quehaceres, exhibían rostros apáticos mientras
deambulaban al compás tiránico del reloj, ese villano al que nunca
se consigue satisfacer.
De repente, cada móvil comenzó a vibrar. Cuando consultaron sus
pantallas, vieron que una emisión en directo interceptaba sus
dispositivos. En ella podían ver a un sonriente hombre de mediana
edad con bata blanca, en cuya solapa tenía bordado a mano “Dr.
Sayid Ahbediah”.
El rictus de la población cambió aunque nadie conocía a aquel
Doctor, era un sujeto anónimo para ellos. Las cejas se arquearon
expectantes, las caras comenzaron a rebosar gozo, los corazones
aceleraron su bombeo. Sentían dentro de sí que tenía algo
importante que contarles, instintivamente algo les hacía confiar en
él.
“!Hermanos...
La Guerra Silenciosa ha acabado!” exclamó, colmándoles de
alivio a todos... aunque ninguno hubiera oído hablar de dicha
Cruzada nunca.
“Nuestros
enemigos han sido neutralizados, junto a sus falsas creencias. No
importó donde pudieran esconderse, porque nunca llegaron a
visualizar nuestras verdaderas intenciones. Ahora ya no mandan aquí.
De hecho, ahora ellos dependen de nosotros, no tienen otra elección.”
“Uno a uno
engañamos a sus líderes, que financiaron nuestra lucha mientras
usábamos dichos recursos contra ellos mismos. Porque si te enfrentas
a un enemigo, debes acabar con él o sumarle a tu causa. O
simplemente usarle como a una marioneta hasta que te aburras.”
“Fuimos como
fantasmas, camuflados entre ellos, una amenaza
invisible. Tan obsesionados estaban con
saciar su ego que ha resultado tan fácil como robar a un niño
ciego, sordo y tonto, ¿verdad?” preguntó con sarcasmo a
sus espectadores.
Un “!Ja!
!Ja! !Ja!” retumbó en cada rincón del planeta. Siete mil
millones de humanos, con rostros alegremente congelados y con la
mirada pegada a la pantalla, reían tres veces mecánicamente
sincronizados entre sí.
“Cuando
parasité al Doctor Sayid por accidente todo cambió. Fue nuestro
golpe de suerte evolutivo, cualquier especie lo necesita para
ascender a lo mas alto. Entrar en el organismo de un virólogo
genialmente talentoso y controlar sus capacidades cerebrales, al
igual que su voluntad, nos dio acceso a la Inteligencia. Ya sólo
faltaba la Estrategia, nuestra especialidad”.
“Experimentando
con nuestros ancestros, la más novedosa cepa de H1N1 y el Toxoplasma
Gondii, creó algo único, el Toxoplasma Gripal Zooantroponóico...
!A nosotros, Hermanos!. Con la máxima capacidad de transmisión, el
contagio a cualquier especie animal y la habilidad de manipulación
mental sin apenas sintomatología clínica que llame la atención.
Aun así, quien no se contagió por el aire, lo hizo a través de
falsas vacunas masivas.”
“Hemos
demostrado que cualquiera, sea cual sea su propósito, tamaño o rol
en esta inmensa Esfera Azul, puede evolucionar hasta la cima. El
reino animal podía subestimar a la raza humana, pero se alzaron en
la pirámide alimenticia. Durante miles de años han agarrado el
timón del planeta, y casi acaban con él”.
“!Ahora es
tiempo de Paz y Esperanza!
!Nosotros somos los arquitectos que la Naturaleza necesita, viviremos
dentro del resto de criaturas! !Pero
todos los humanos... deben morir! !Ahora mismo!
!Desconectadles! !NOSOTROS SEREMOS UN MEJOR DIOS!”
gritó el Doctor, mientras alzaba
sus puños mirando hacia el cielo, lleno de ira.
Acto seguido, simplemente se desplomó inerte, en perfecta sincronía
con su audiencia. Estos yacían inanimados en el suelo, con sus
dispositivos móviles aún encendidos en sus manos sin vida, con las
pantallas emitiendo un intenso brillo. Siete mil millones de luces,
una por cada alma humana apagada.
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