jueves, 5 de noviembre de 2015

El Botón Rojo


Una persona, en un día de confesiones misántropas y desalentadoras, me invitó a imaginar que existe un botón rojo con un inmenso poder tras de él. 


Éste, al ser pulsado, puede acabar con la vida de toda la Humanidad, uno por uno, incluidos nosotros mismos.


Ella afirmaba que, si estuviera en su mano, lo pulsaría sin duda alguna. Este mundo le parecía un cruel sinsentido, donde la principal constante desequilibradora del Ecosistema era el humano.


Y es cierto que somos una especie despiadada, que mastica sin compasión la vida de todo aquello que le rodea, capaz de prender fuego al bosque simplemente para montar un "buen espectáculo".


Yo, en cambio, elegí la opción de no pulsarlo. Argumenté que aún hay esperanza, que todo sigue siendo posible, que tenemos mucho margen de mejora. 


Que aún existe la luz en nosotros.


Aquel día no le dije que mi elección no tenía en cuenta a la Humanidad, únicamente un pensamiento me separaba de su elección.


 También veía la ausencia de empatía en nuestros corazones. 


Que nuestros motores son la destrucción, la obtención de poder sobre otros y la obsesión por la apariencia.


Que nuestras religiones son el dinero y la sangre, que deberíamos ser primates eusociales pero preferimos ser parásitos y caníbales.


Que elegimos sacrificar a nuestros mejores representantes, a los más inteligentes, piadosos y libertarios, dejándoles a la merced de los más egoístas, desalmados y tiranos.


Yo también lo pulsaría, repetidamente, hasta que no quedáramos ninguno.


Pero eso también acabaría con ella... 


... y eso es algo que no podría encajar, ni siquiera más allá de mi propia muerte. 


Porque cuando imagino que ella puede evaporarse, anticipo multiversos llenos de desgracias y espirales descendentes.


Porque cuando desaparece, vivo cada día un multiinfierno tan crudo y real como esta sádica vida sea capaz de diseñar.


Porque cuando sonríe, logra que me olvide de este cuerpo repleto de cicatrices, de una existencia repleta de folios cardiografiados que relatan traiciones y desconfianzas. 


Porque cuando llora y se marchita, me arde el pecho por provocar cualquier incendio que alumbre un nuevo camino, aunque tenga que usar mi propia piel de combustible.


Porque allá donde miro veo millones de bombillas y una sola estrella. 


Porque en mi mundo todos somos espejos deformes, y ella la única figura definida. 


No, no lo pulsaría.


No lo pulsaría porque si alguien merece vivir... es ella.      




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