El Padre Jonah recobró la consciencia. Sufría una profunda cefalea y una ligera amnesia.
Envuelto en oscuridad total, no podía articular palabra, sólo murmullos. Además, parecía estar paralizado.
Recordaba ligeramente un sueño con el nuevo párroco que le sustituirá, una copa de vino… muchas figuras encapuchadas trabajando con sigilo y ahínco por un objetivo común.
Y se hizo la luz. Y pudo ver un muro frente a sus ojos, con una nota pegada en él.
“Para todos los males hay dos remedios, el tiempo y el silencio. Atentamente: tus monaguillos”
Había sido atado, le habían emparedado y amputado la lengua.
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