El mundo se para la primera vez que acabas con una vida. La curiosidad que sentías por ver que pasaría si tu zapato tapaba aquel minúsculo insecto despertó la duda de hasta donde pueden llegar las consecuencias de nuestros actos. Mi existir podía implicar el no existir de otro.
Podía ser la serpiente que atrapa lo que pasea frente a su calculadora mirada y engulle la vitalidad de lo que le rodea. O la mantis que devora a su amante mientras le ayuda a engendrar nuevas vidas. O simplemente podría continuar siendo un humano.
Divagué sobre cómo mi afán de conocimientos me había llevado a tan trágico final, y al mirar junto al otro zapato, vi que dicho pie había realizado el mismo acto que su culpable hermano, pero de una forma no premeditada, sino dependiente del plano inconsciente, cosa que cuando investigaba mi duda regía el consciente.
Ambos planos convergían en un idéntico resultado. Susurré: no te engañes, en el fondo cuando quisiste conocimiento, ya sabías lo que ibas a descubrir, en el fondo cuando deseaste demostrar lo que ya conocías tuviste la posibilidad de dar marcha atrás, y no lo hiciste…
Tu elegiste acabar con su vida solo para demostrar que su paso vigoroso se mantenía solamente porque tu se lo permitías. Tú elegiste acabar con su vida por el simple hecho de que no comprendías su fisionomía. Tú lograste escribir tu nombre sobre el cadáver de otro ser, y solo por un segundo, lo que tarda en pasar por tus ojos un destello, te sentiste incómodo por dentro. Sentiste fluir una materia negra y viscosa desde la planta del pie hasta penetrar en la zona costal, formando una película que cubría el interior de las costillas, la cual protegía tu estima, pero limitaba un poco el frenesí cardiaco.
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