jueves, 3 de marzo de 2016

All Women Are *itches



Las luces de la sala de conciertos se apagaron, y los rostros de los asistentes cambiaron rápidamente de la impaciencia a la máxima expectación. 


Iba a dar comienzo el show.


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Fuera del auditorio, una multitud se agolpaba frente a sus puertas, las cuales estaban cerradas a cal y canto. La turbación había ido aumentando progresivamente, llegando a su punto álgido cuando apareció la policía para contener a toda esa masa social enfurecida.


El espectáculo, que había sido promocionado como “sólo para machos, sólo para alfas”, había conseguido irritar a tantas personas que se hizo necesaria la ayuda policial para evitar que la crispación mutara en una revuelta violenta llena de heridos y destrozos en el mobiliario urbano. Ahora, un muro infranqueable de imponentes agentes del orden separaban a la muchedumbre del acceso a las instalaciones.


Todas las manifestantes femeninas estaban indignadas con lo que consideraban un paso atrás en la igualdad sexual. El grupo que tocaría esa noche se anunciaba como “All Women Are Bitches”, y para ellas ya sólo con un nombre tan ofensivo tenían un motivo para protestar. Pero el hecho de saber que todas las integrantes de dicha banda fueran mujeres como ellas… les causaba una decepción aún mayor. El veto a su género en sí era una minucia comparado con eso.


Unos cuantos varones protestaban porque no se les permitía asistir al evento y no sabían por qué. Al ir a comprar la entrada, la taquillera les había dicho “tú no puedes entrar, no eres lo suficientemente… macho”, y sin posibilidad para la réplica, habían tenido que marcharse. Ahora se sentían menospreciados, ya que entendían que un hombre no tiene porque ser rudo y dominante para ser considerado como tal. ¿Quiénes eran esas artistas musicales como para valorar su hombría sin ni siquiera conocerles?


Ellas y ellos se lo preguntaban. Habían buscado en Internet información sobre dichas “All Women Are Bitches” y no había aparecido nada. No tenían presencia en las redes sociales, no había constancia de su gira de conciertos, ni discos grabados… nada. Ni el más mínimo murmullo virtual. 


Pasada la hora y media, la paciencia de todos se terminó. Se desplazaron como una avalancha hacia la entrada, fagocitando a los agentes que, aterrados, decidieron no hacer absolutamente nada por impedírselo. Rompieron las cerraduras y se adentraron en las instalaciones, donde descubrieron la verdadera identidad de la banda…


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Una secuencia de voces invertidas comenzó a sonar en los altavoces del recinto. Unos focos rojos, naranjas y amarillos iluminaron el escenario, el cual estaba separado del público por medio de una alambrada que se interponía entre ambos. 


El suelo estaba cubierto de plumas manchadas de sangre, las paredes estaban adornadas con pintura fosforescente, llenas de símbolos extraños y frases escritas en un lenguaje desconocido.


Sobre la batería y los amplificadores de guitarra y bajo había depositadas varias calaveras humanas, con severos traumatismos sobre la superficie de todas ellas. El pie de micrófono simulaba un peculiar púlpito, formado por una base de columnas vertebrales y dos estructuras a los lados que imitaban unas alas hechas con varios fémures y decenas de costillas.


Cuatro figuras femeninas vestidas con largas túnicas blancas salieron a escena, todas ellas con las caras decoradas como la Catrina. Cogieron sus instrumentos y comenzaron a tocar una melodía tétrica de tempo lento, armonías inquietantes y sabor melódico a azufre. 


Tras unos cuantos compases, otra mujer más se acercó hasta el centro, situándose de espaldas al público. Lo que la diferenciaba de las demás era el color de su túnica, que era negra y tenía estampada una W roja dentro de un pentáculo blanco.


La audiencia cuchicheó entre ella… no tenían muy claro si esto era lo que habían venido a ver. Algunas voces se alzaron rememorando algunas citas de los grandes pensadores de nuestra Historia, como “queremos ver tetas de una vez”, “que salgan las zorras” o “si necesitas cantar, aquí tienes mi polla”. Pero todos callaron cuando ella se despojó de su oscuro atuendo, mostrando desnudo su cuerpo de ébano milimétricamente esculpido y, acercándose al micrófono, gritó:


- “Cerrad el pico, marionetas!”.


Ninguno de ellos podía abrir la boca. Se miraron los unos a los otros presos de la incredulidad y el terror, con su propia voluntad de movimiento paralizada.


- “Somos “All Woman Are Witches”… ¿sorprendidos del cambio de programación, cerdos?. Somos un aquelarre que se dedica a eliminar personajes como vosotros. Queremos otro mundo y tenemos el poder para conseguirlo. Ahora, mataros entre vosotros, !no podéis sobrevivir ninguno!”.


En ese mismo instante, la música se volvió apocalíptica y vertiginosa, con las cuatro instrumentistas contorneándose violentamente como si sufrieran convulsiones mientras la cantante emitía unos guturales desgarradores, resultando tan dolorosos para los presentes como una violación eterna.


La congregación comenzó a agredirse, golpeándose entre ellos con las sillas y mesas del establecimiento, destrozándose los cráneos a puñetazos, rajando sus cuerpos con vasos y botellas rotas. Una coreografía sangrienta de la que nadie puede escapar, un baile mortal que acaba cuando el último hombre en pie se desploma.


La música se detiene y se hace el silencio. Recogen sus instrumentos y salen del local por la puerta de atrás en apenas quince minutos. Se suben a su furgoneta y marchan hacia otro lugar, una nueva ciudad llena de machos involucionados a los que poder impresionar con su macabra performance.



El show debe continuar.





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