Los seres humanos han construido un planeta, continentes,
países, ciudades, hogares, personalidades… Forman parte de un todo, una
estructura global compuesta de diminutos universos. Toda persona se comporta
dentro como un átomo, inconforme con su estado, ansioso por recibir los
electrones que necesita para lograr su estabilidad. Al mismo tiempo, toda alma
vive anclada en un recipiente lo suficientemente amplio como para permitir su
movimiento y lo suficientemente ínfimo como para sólo contenerla a ella. Esto
provoca que no haya lugar en el cosmos para un Homo Sapiens capaz de darle la
paz que desea, no hay más refugio que lo que esconde su piel. Todos están solos
y nada de lo que puedan hacer cambiará ese hecho.
Un océano les separa, universos alternativos con sus propias
reglas, leyes intangibles que salvo en el suyo propio resultan incomprensibles.
Un idioma lo suficientemente encriptado para que sólo ellos puedan descifrarlo,
y eso en el mejor de los casos, ya que la mayoría viven perdidos en ellos
mismos. Y mientras tanto siguen teniendo fe en sus deidades, tratando de
depositar su destino en algo externo a ellos. Aman a un Dios que si existe, les
odia a todos.
Y se todo esto porque antes era uno de ellos. Veía
desconfianza en cada mirada, en cada conversación, contemplaba como las
semillas que plantaba nunca germinaban hasta alcanzar su madurez. Todos a mi
alrededor se comportaban como si fuera el animal apaleado que te observa pero
nunca te deja acariciarle. Y ser una especie de lobo solitario dolía, porque
sólo yo oía mis aullidos, intentaba alcanzar una luz que ni siquiera lograba
ver, agonizaba por encontrar pegamento para juntar mis fragmentos, o un mazo
que rompiera el frasco que me separaba del resto.
Acabé anocheciendo con la salida del sol y amaneciendo entre
la oscuridad. Buscaba el tacto del silencio en todos los rincones, la paz
envuelta en sombras. Sólo yo y la resonancia de mi propia voz dentro de mi
cráneo. Respiraba fuego porque al menos las quemaduras me recordaban que estaba
vivo. El aire siempre ha estado sobrevalorado. Nunca escupía la sangre que brotaba
de mi boca, el sabor férreo me insensibilizaba. Descubrí que si me volvía
permeable al dolor, si le engullía y le digería, acababa formando parte de mi,
y me convirtió en algo más ágil, más experimentado, más indeleble. El dolor
acabó siendo mi maestro, y la búsqueda de placer mi perdición. Caos y Orden,
Orden y Caos…
… Creía que dependía de ayuda externa para evolucionar,
nunca pensé que se podía conseguir con tus propias manos…
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