Cada nueva senda te lleva a un nuevo desafío, y es el instinto quien te susurra:
“Aquella es tu cima”.
Discurrir con tu deseo no resultará productivo, ya que el ansia es inevitable. Estimula tu memoria y rescata antiguas gestas, restos de mapas que ahora contemples como posible guía. No podrás detenerte a pensar cuando estés pendiendo sobre el abismo.
Hay un cúmulo de resultados posibles tan dispares que el simple ejercicio de establecer una predicción resulta un completo juego de azar. No conoces tu destino, pero por una extraña razón, tus manos no se apartan de esta montaña, y te preguntas:
"¿Cómo se verá el mundo desde allí arriba?"
Cruje tus dedos y cuello, comienza el ascenso, separando tu objetivo del tiempo. No importa lo que tardes porque los grandes logros se materializan en la paciencia.
La cumbre no cambiará de lugar, la montaña no modificará su superficie, tienes que depositar tu fe en la siguiente hendidura. Deslízate tratando de entender su fisionomía, y si logras descifrar su esencia terminarás recompensado con otra nueva grieta donde aferrar tu esperanza.
En ascenso constante, sean centímetros o kilómetros, incluso si una mala tormenta te sacude violentamente contra la roca. El entorno te presentará batalla, querrá quebrarte el ánimo y plantará la semilla de la duda, la posibilidad de renunciar e iniciar el descenso.
Pero si yo estuviera en tu piel, lo único que te diría es que no hay más de dos finales posibles:
"La Coronación o la Muerte. Asciende o Muere. Elige".
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