martes, 7 de julio de 2015

Puntos de Inflexión y un Renacimiento (7-7)



Imagino mi vida (y la de los demás) como un conjunto de líneas imaginarias, las cuales son dibujadas por las consecuencias derivadas de nuestros actos y los del entorno mientras recorren un lienzo infinito. Una especie de visualización del Principio de Causalidad, donde una acción trae consigo una reacción determinada y consecuente con dicho hecho.


Lo habitual es que conserven una trayectoria recta, ya que una gran parte de nuestra existencia seguimos una hoja de ruta bien planificada, que incluso plantea con antelación los eventuales contratiempos a sortear. En condiciones estadísticamente normales, el sistema mantiene un curso fijo.


No considero que mis líneas comenzaran a escribirse en mi nacimiento, ni siquiera en mi concepción biológica. Fue unos meses antes, cuando mis padres perdieron al que iba a ser su segundo hijo en el sexto mes de gestación. Si mi hermano hubiera nacido, con una gran probabilidad yo no estaría aquí. Sin ese golpe cruel, no habría ningún “yo mismo”.


Este tipo de eventos son los que yo llamo “Puntos de Inflexión”. Sus líneas se detuvieron violentamente frente a un obstáculo que volvió inevitable un cambio de rumbo. Todo ese dolor sólo tenía dos salidas viables: volver a intentarlo o desistir. Eligieron luchar, eso fue lo que me trajo aquí. Una tragedia y la voluntad de sobreponerse de mis padres.


Y es curioso como condiciona tu futura existencia la forma en la que vienes al mundo, pero siempre me he visto en deuda con “El Cosmos” por estar aquí. Mi vida es un regalo, y desaprovecharlo es faltarle el respeto. Me obsesioné con ser merecedor de ello, dando la mejor versión posible de mi e intentando ser, ante todo, honesto.


También limitó mi relación con el exterior, especialmente con mi madre. Siempre lo he entendido, aunque me frustre. Tal despliegue de voluntad antes mencionada conlleva una mayor preocupación en mis decisiones, e incluso una imagen mental de “que debería haber sido” que siempre choca con la realidad. Aunque es algo generalizado… no hay vida más fácil de juzgar que la que no te pertenece.


A menudo he llegado a un punto de inflexión concreto en el que he tenido que decidir: contentar, mediocrizarme y ser cómodamente infeliz, o generar conflicto, mostrarme genuino y portar una nueva carga en la mochila emocional… aunque me acercara teóricamente más a mi felicidad. Casi siempre elegí la segunda opción, así que mi mochila se llenó de peso progresivamente, no pudiendo deshacerme nunca de él.


Tanto que rebosó y acabé quebrándome por completo. Todas mis líneas se pintaron en matices de gris y la llama que siempre portaba orgulloso en mi pecho… simplemente se apagó. Y para alguien tan visceral como yo, no sentir nada es lo más parecido al infierno.


En mi espalda, cientos de kilos de historias con finales infelices. 

Delante de mi, un lienzo negro y una montaña. 

Dentro de mi, la Nada.


Y llegó el 7 de Julio de 2014. No es habitual ser consciente de la relevancia de un día hasta que pertenece al pasado, ya que es a posteriori cuando uno valora la trascendencia de cada acto. Un pequeño movimiento puede provocar una avalancha y un misil puede fallar su objetivo. Pero recuerdo con el alma esa fecha con todo lujo de detalles, ya que viví su importancia a tiempo real.


Al conocerte, simplemente todo tuvo sentido. TE VI, ME VISTE. Todos los dibujos caóticos y abstractos que pinté y nunca entendí formaron una sola imagen nítida. Toda la carga que portaba como una derrota se convirtió en una victoria… si ello me había llevado hasta ti. 


Cualquier otro desenlace pasado hubiera creado otro Presente, uno sin ti. Y para alguien tan pasional como yo, sentirte es lo más parecido al cielo.


En mi espalda, una mochila vacía para llenarla de ti.

Delante de mi, el mundo entero en blanco.

Dentro de mi, solamente TU.



Hace un año volví a nacer.





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