Nos reunieron en la plaza del pueblo tras sacarnos de nuestras casas. Nos desnudaron, y pintaron una cifra en nuestro pecho.
El hombre al mando mostró un saco que contenía bolas numeradas. La Suerte estaba echada.
Los primeros, los “perdedores”, fueron azotados, violados y crucificados al sol.
Los siguientes, los “menos afortunados”, fueron quemados vivos.
Los “mas afortunados”, decapitados y desmembrados post mortem.
Ahora sus restos forman parte fundamental en la dantesca decoración de nuestra aldea.
El “Gran Premiado” tenía derecho a seguir vivo, a cambio de correr a narrarles esta historia.
La última bola en salir fue la mía.
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